Rose Valland, la tímida espía francesa que arriesgó su vida para recuperar miles de obras de arte robadas por los nazis
A mediados de junio de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, las tropas alemanas invadían París y provocaban la rendición de los franceses. Con la ciudad luz bajo su dominio, los nazis perpetra...
A mediados de junio de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, las tropas alemanas invadían París y provocaban la rendición de los franceses. Con la ciudad luz bajo su dominio, los nazis perpetraron en tierras galas uno de los tantos crímenes de los que cometieron a lo largo de la conflagración bélica: el robo de obras de arte.
Los invasores utilizaron como centro de almacenamiento, selección y distribución de los cuadros saqueados a museos y privados la imponente galería de arte Jeu de Paume, ubicada en una de los extremos del Jardín de las Tullerías, en París. Por allí desfilaron, con dirección reservada, valiosísimos originales de célebres artistas de distintos países y tiempos.
Pero en ese mismo lugar, en medio de aquel brutal expolio, había una francesa de apariencia sencilla, casi insignificante, que sin embargo llevaba en secreto un registro del destino de cada obra. Su nombre era Rose Valland, una empleada de Jeu de Paume, que aprovechaba su bajo perfil para espiar el espurio proceder de los invasores.
Así, al final de la ocupación nazi de Francia, gracias al trabajo de esta verdadera heroína, que arriesgó su vida diariamente frente un enemigo despiadado, pudieron restituirse alrededor de 45.000 obras de arte que habían sido robadas. Al hablar de su loable tarea, la mujer, fallecida en 1980, solía decir que ella solo había ayudado a “salvar un poco de la belleza del mundo”.
Por amor al arteSurgida en el seno de una familia humilde en Saint-Etienne de Saint-Geoirs, hija de padre herrero y madre ama de casa, Rose Valland, que nació en 1898, se inclinó desde pequeña por el mundo del arte. Soñaba con ser profesora de esa sensible disciplina humana. Así ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lyon y más adelante, tras superar rigurosos exámenes, pudo acceder a la Escuela Superior de Bellas Artes de París.
Graduada de esa última institución en 1925, la muchacha comenzó a dar clases de arte mientras continuaba instruyéndose en el tema. En 1932 ingresó como conservadora adjunta en la galería y museo de obras extranjeras Jeu de Paume, en París. Pese a sus profundos conocimientos artísticos, su tarea en esa prestigiosa institución era como voluntaria. Es decir, su trabajo no era remunerado. Lo hacía por amor al arte, literalmente.
La tímida y retraída joven de anteojos redondos y mirada huidiza se convertiría en una pieza clave en uno de los momentos más dramáticos de la historia francesa contemporánea. Fue bajo la ocupación nazi de buena parte del país, que se extendió de 1940 a 1944. Entonces, la mujer acometió sin vacilar en la tarea que le daría sentido a su vida: salvar las piezas de arte que se robaban sistemáticamente los invasores.
Fue Jacques Jaujard, el director de Museos Nacionales de Francia, el que le encargó a Valland el trabajo del registro minucioso de todas las obras que los nazis almacenaban en Jeu de Paume para luego llevarlas a distintos destinos. Los alemanes tenían incluso una organización preparada directamente para la apropiación de bienes culturales: el Einsatztab Reichsleiter Rosenberg (ERR).
Piezas invaluables y “arte degenerado”En su puesto cotidiano, la conservadora convertida en espía vio cómo se acumulaban allí cientos de piezas invaluables. En su mayoría, provenientes de colecciones privadas de propietarios judíos que muy probablemente serían exterminados por la maquinaria del horror montada por los nazis.
Por el edificio de Jeu de Paume pasaron obras de, entre otros, Johannes Vermeer, Vincent Van Gogh, Rembrandt o Paul Cezzane. Se estaba saqueando una parte importante del patrimonio cultural de occidente, que se destinaba, en parte, a particulares alemanes poderosos u oportunistas. Uno de ellos era Hermann Göring. Este jerarca nazi, considerado en la escala del poder del Reich como el segundo de Adolf Hitler visitó, según los registros históricos, unas 21 veces la galería parisina, donde gustaba de pasar un rato largo seleccionando obras.
También hay que decir que muchas las piezas artísticas expoliadas se acumulaban y trasladaban a lugares secretos para concretar otra de las ideas grandilocuentes -y delirantes- de Hitler. El tirano alemán quería fundar en la ciudad austríaca de Linz un inmenso museo de arte con las obras robadas que sería bautizado como Museo del Führer. Un proyecto que sucumbió junto con la derrota de la Alemania nazi.
En el mismo contexto de este tráfico de piezas artísticas ocurrió, en Jeu de Paume, un hecho aberrante. En el propio jardín de la galería se quemaron unos 500 cuadros de las corrientes moderna y abstracta porque eran considerados por los alemanes, especialmente por Hitler, como expresiones de un “arte degenerado”. Una barbarie irreversible que se llevó con las llamas piezas de Picasso, Miró o Paul Klee.
También fueron devorados por el mismo fuego algunos cuadros con retrataos de judíos, previamente desgarrados con saña por las cuchillas de los nazis. “Una pirámide donde los marcos crujían en las llamas. Se podían ver rostros que brillaban y luego desaparecían en el fuego”. Así describió la propia Valland ese oprobioso momento, en su libro de memorias Le front de l’art.
El secreto de RosePero las obras que no fueron destruidas tuvieron en Rose Valland un ángel guardián. Los nazis desarrollaron su infame circuito de robo y distribución de obras sin percatarse de que ella estaba atenta a cada uno de sus diálogos y a cada determinación.
Porque la introvertida francesa guardaba un secreto que bien podría haberle costado la vida: ella hablaba y comprendía el alemán. Entonces, no se le pasaba ningún detalle de los diálogos e informes del enemigo, que ella anotaba meticulosamente en una libreta oculta.
El nombre de cada pieza, su origen, su destino y en qué tipo de transporte se lo trasladaba, eran los datos anotados con precisión en la excepcional y clandestina bitácora de Valland. La mujer, incluso, recogía papeles de la basura para anotar alguna información escrita que se le podía haber pasado.
Ese riesgoso trabajo de registro de la conservadora no era algo meramente pasivo, un camino a seguir cuando terminara la guerra, sino que también servía en pleno desarrollo del conflicto. Es que Valland tenía contactos con elementos de la resistencia francesa, y les informaba en qué trenes o camiones se transportaban las obras, con con la finalidad de que ellos pudieran interceptarlos. O bien, para que esos trenes no fueran bombardeados por las propias tropas aliadas. Las obras robadas podían recuperarse. Pero si se destruían, yo no quedaban esperanzas.
Siempre al borde de ser descubiertaAdemás, en otro acto de intrepidez, la mujer había ocultado algunos cuadros importantes de la galería en escondites secretos en algún lugar del mismo predio.
Claro que la tarea de la espía gala no era nada fácil. Pese a su aspecto tranquilo, varias veces la mujer levantó la sospecha de los nazis que desfilaban en el museo y estuvo a punto de ser descubierta en más de una oportunidad.
En sus memorias, la propia Valland relató el episodio en el que más cerca estuvo de que revelaran su accionar. Fue cuando un capitán de la SS y asesor de arte de Göring de nombre Bruno Lhose creyó verla a ella copiando información. El hombre la miró a los ojos y le dijo que por hacer algo así la podían fusilar. “Le respondí con calma que todos los que trabajamos aquí sabemos cuál es el riesgo y no seríamos tan estúpidos de hacer algo así”, escribió la mujer.
Contrariamente a lo que podría pensarse, cuando París fue liberada por las tropas aliadas (25 de agosto de 1944), no llegó la paz ni la tranquilidad a la vida de Rose. Antes bien, fue un tiempo en el que las sospechas de colaboracionismo pesaban sobre todos aquellos que hubieran trabajado cerca de los nazis. Si bien la espía pudo demostrar fácilmente que no pertenecía a ese grupo -repudiado por los propios franceses-, le costó mucho encontrar alguien en quien confiar plenamente para entregarle su valiosísima información sobre el destino del arte saqueado.
Alguien en quién confiarEso fue así hasta que la mujer pronto dio con el capitán estadounidense James J. Rorimer, miembro de un grupo famoso de especialistas en arte conocidos como “The Monuments Men”. Se trataba de un escuadrón aliado formado específicamente para encontrar, proteger y devolver a sus legítimos dueños las obras de arte expoliadas por la dominación nazi.
En ese momento, la ardua y peligrosa labor de la conservadora comenzó a dar sus frutos. Su información ayudó a los “Hombres Monumento” a descubrir varios depósitos en los que se encontraban las obras robadas. Un lugar muy emblemático en este sentido fue el castillo de Neuschwanstein, en los alpes de Baviera, donde los alemanes habían ocultado miles de piezas de arte y otros objetos robados, como muebles y utensilios de cientos de familias judías.
Además, la libreta de Valland también sería vital para restituir esas piezas a sus dueños, entre los que se encontraban coleccionistas judíos como los Rothschild, David-Weill, Rosenberg y Bernheim-Jeune, según consta en la página oficial de la Monuments Men and Women Foundation.
Siempre inmersa en su tarea de recuperación del patrimonio saqueado, y recorriendo varios países europeos, Rose Valland fue nombrada capitana del Primer Ejército Francés, en mayo de 1945. Se convirtió también en secretaria de la Comisión para la Recuperación de Obras de Arte y Jefa del Servicio de Bellas Artes, entre otros cargos.
Los leones de GöringAdemás, la espía francesa tuvo una participación en noviembre de 1945 en los juicios de Nüremberg contra los criminales nazis. Allí, ella solicitó que se sumara también el robo de arte a la lista de los delitos imputados a los miembros del régimen.
En tanto, como una especie de revancha personal, la mujer recuperó las esculturas de dos leones de granito que se encontraban nada menos que en la residencia que tenía Hermann Göring en las afueras de Berlín.
La mujer siguió con su tarea de rastrear las obras robadas hasta 1954. Su trabajo fue gratificado con varias condecoraciones, como la Legión de Honor, la Medalla de la Resistencia Francesa y fue nombrada también comandante de la Orden de las Artes y las Letras por el Gobierno Francés. También recibió reconocimientos de los gobiernos de los Estados Unidos y hasta de Alemania.
Con el tiempo, el cine también la reconocería al recordar parte de su historia en filmes como El tren, de 1965, o The Monuments Men, de 2014, donde su personaje inspira una actuación memorable de Cate Blanchett.
La belleza del mundoSon premios, medallas y menciones más que merecidas para una mujer que ayudó a encontrar aproximadamente unas 60.000 obras de arte, de las cuales unas 45.000 pudieron ser restituidas.
Valland se jubiló oficialmente en 1968, pero hasta el final de su vida estuvo ligada al mundo del arte e interesada en la recuperación de las obras saqueadas. Una historia que sigue teniendo nuevos capítulos, como se vio hace pocas semanas cuando se descubrió que una familia de Mar del Plata tenía en su poder una obra, Retrato de dama, que los nazis le habían robado al coleccionista neerlandés Jacques Goudstikker.
El 18 de septiembre de 1980, Rose Valland falleció en su casa de las afueras de París. Moría de este modo una de las heroínas más grandes de la historia del arte. Además de que su nombre perdura en algunas calles y plazas francesas, varias placas la recuerdan en lugares emblemáticos. Una de ellas está en la mismísima galería Jeu de Paume, donde ella tantas veces se jugó la vida por salvar las expresiones estéticas más sublimes de la humanidad. Aquellas piezas que para ella representaban parte de “la belleza del mundo”.