Un astrofísico considera que a matemática prueba la existencia de Dios y cuestiona el cambio climático
Cuentan que un creyente San Agustín vagaba por la playa diletante. Se embarullaba entre la fe y las verdades, y le inquietaba la figura católica de la Sagrada Trinidad. Desprevenido sumergido en ...
Cuentan que un creyente San Agustín vagaba por la playa diletante. Se embarullaba entre la fe y las verdades, y le inquietaba la figura católica de la Sagrada Trinidad. Desprevenido sumergido en sus pensamientos, se topó con un niño que jugaba en la playa. Con pasión y alegría corría hacia el mar y acarreaba agua para llevarla a un pequeño hueco que había cavado en la arena.
A San Agustín le intrigó la operación que se sucedía una y otra vez, y se acercó al pequeño. Le consultó sobre su aventura, a lo que el chico respondió que se había propuesto sacar toda el agua del mar para volcarla en ese pequeño pozo. “Pero, ¡eso es imposible!”, le respondió el santo. A lo que el niño le respondió “más imposible es tratar de comprender con tu mente pequeña el misterio de Dios”.
Nacido de un matrimonio mixto con madre católica y padre pagano, Aurelio Agustín de Hipona vivió en Tagaste, hoy Souk Ahras, en Argelia. Tuvo una educación excelsa en latín, retórica y filosofía. Maniqueísta, se entregó al hedonismo, jactándose de coleccionar placeres sexuales sin control. Tuvo un hijo sin casarse, que murió de pequeño y fue docente de gramática. A los 30 años su fama de intelectual lo llevó como profesor a Milán.
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Luchaba con los ruegos de su madre para que se convirtiera al catolicismo. Su epifanía se produjo ante la lectura de la vida de San Antonio del Desierto cuando sintió –según contó–, la voz de un niño que lo instaba a tomar la Biblia y leer lo primero que viera. Se trató de un extracto de la carta de San Pablo a los Romanos donde hablaba del poder de las Escrituras para transformar a las personas. El desconcierto de San Agustín empezó cuando una verdad desafió a otras.
Algo parecido a lo que sucedió cuando, contra todos los pronósticos, apareció una voz autorizada capaz de sostener que Dios está en una ecuación. Que el clima no está cambiando como nos dijeron. Que una fórmula matemática, escrita hace un siglo, puede contener la belleza suficiente como para sugerir la existencia de algo eterno. Esas son las ideas que enarbola Willie Soon, quien no vive en la estridencia, sino en la frontera de las preguntas incómodas.
Desde su casa en Salem, Massachusetts, este físico nacido en un remoto rincón de Malasia estudia la relación entre el Sol y la Tierra, publica investigaciones que cruzan astrofísica y geofísica, y trabaja con colegas de todo el mundo. Entre ellos, dos argentinos. Es reconocido y polémico. Ha sido citado con admiración y con furia. Lo acusan de defender posturas “inconvenientes” y de recibir fondos cuestionables. Él lo niega todo. Y, lejos de callar, sigue pensando.
Su historia no comienza en Harvard ni en un laboratorio de elite. Empieza entre caminos de tierra y árboles frutales, en Kangar, una ciudad al norte de Malasia. “Nadie en mi familia había ido a la universidad hasta que lo hizo mi hermano mayor”, cuenta. Su padre, con apenas un par de años de escuela formal, mantenía a seis hijos con ingenio.
Tuvieron el primer televisor blanco y negro del barrio. “Los vecinos se reunían en casa para ver boxeo –relata–. Recuerdo el combate entre Ali y Frazier como si fuera hoy”. Willie era hiperactivo: cazaba pájaros con hondas, pescaba con las manos, trepaba a los árboles. En privado, soñaba con ser como Michael Jackson. Pero lo que realmente lo movía era un deseo vago: hacer algo único.
Ese sueño fue tomando forma hasta que en 1987 eligió el camino científico. Hizo un doctorado en la Universidad del Sur de California y se fascinó con la física. “Mi director de tesis, Joe Kunc, fue clave –explica–. Me mostró que la ciencia no solo es lógica, también es belleza”. Pronto entró en contacto con grandes pensadores como Freeman Dyson, Kary Mullis, Will Happer, Richard Lindzen, entre otros. “Tuve la suerte de aprender de ellos –sostiene–. No solo conocimientos, sino actitudes. La ciencia también es carácter”.
Soon no se especializó en un campo cerrado. Su curiosidad lo llevó a estudiar desde la actividad solar hasta la influencia orbital en el clima, pasando por fenómenos como terremotos, volcanes y, más recientemente, los efectos no deseados de las políticas frente al COVID-19. Pero su foco más persistente ha sido la relación entre el Sol y el sistema climático terrestre.
“No hay un motivo único. Simplemente, es un tema inmensamente rico”, aporta. Esa riqueza lo llevó a cuestionar el modelo dominante sobre el cambio climático. En varios trabajos publicados en revistas científicas, Soon y su equipo sostienen que los datos usados para afirmar que el planeta se está calentando de manera anómala no contemplan factores esenciales como el efecto de isla de calor urbana. “Muchos sensores están ubicados en áreas urbanas que retienen calor por el cemento y el asfalto. Esos registros no reflejan el clima natural –explica–. Para evaluar la evolución del clima deberíamos usar datos de termómetros rurales. Pero eso casi no se hace”.
En sus investigaciones más recientes, Soon ha trabajado junto a un grupo diverso de científicos en un análisis sobre cómo el efecto de isla de calor urbana distorsiona las mediciones climáticas. Uno de esos estudios, aún en etapa de publicación, examina incluso cómo este fenómeno influye en la floración de los cerezos en ciudades como Kioto y Tokio. “Esperamos que haya paciencia hasta que salgan los resultados revisados por pares. Es fácil sacar conclusiones rápidas, pero eso no es lo que hace la ciencia”, señala.
Para él, hay una falta de rigurosidad alarmante en el modo en que se construyen las narrativas globales sobre el clima. “La pregunta no es si el planeta se calienta. La pregunta es qué está cambiando exactamente, dónde y por qué. Y esas respuestas no pueden obtenerse sin un análisis cuidadoso de los datos disponibles”. En este sentido, Soon insiste en que los registros actuales de temperatura terrestre, sobre todo en el hemisferio sur, son escasos e inadecuados para sacar conclusiones firmes. “Sin una base de datos confiable, el debate sobre el CO₂ como principal culpable del calentamiento es apenas una conjetura”, sugiere.
También objeta el uso selectivo de datos en los reportes internacionales. “Hay al menos 26 registros confiables de actividad solar que fueron ignorados en el último informe del IPCC. En su lugar, eligieron uno solo. Eso no tiene ninguna justificación científica. No se puede explicar la historia solar con una sola fuente”, advierte.
Cuando se le pregunta si considera que las emisiones corporativas tienen algún efecto sobre el clima, responde sin evasivas: “la hipótesis de que el calentamiento global es causado por el aumento de gases como el CO₂, el metano o el óxido nitroso tiene respaldo institucional, pero no evidencia sólida. No hemos encontrado pruebas de que esos factores sean los principales impulsores del calentamiento del hemisferio norte. Y los registros del hemisferio sur no nos permiten verificar esa teoría con fiabilidad”.
Lo que propone, en cambio, es restaurar el foco sobre las variables naturales. “No podemos hablar de cambio climático sin considerar cómo actúa el Sol, cómo varía sus irradiaciones, cómo interactúan las órbitas de los planetas. Todo eso está ocurriendo, y lo estamos ignorando”. Más que negar, Soon busca reequilibrar la discusión.
En paralelo, está interesado en las nuevas tecnologías. Recientemente publicó el primer artículo sobre clima que usó la versión beta de Grok 3, un modelo de lenguaje basado en Inteligencia artificial. “La tecnología avanza rápido, pero no siempre con comprensión. Lo importante es que estas herramientas nos ayuden a ordenar mejor los datos, no a reemplazar el pensamiento científico”.
En un artículo publicado por Climate Journal donde se abordan los desafíos en la detección y atribución de las tendencias de la temperatura superficial del hemisferio norte desde 1850, Soon afirma que se ha seleccionado un único registro de irradiancia solar entre más de veinte posibles. “Eso no es ciencia. Es sesgo –sentencia–. Cuando uno elige los datos que le convienen, deja de investigar y empieza a argumentar”.
Algunos de sus críticos han señalado que sus investigaciones estarían financiadas por empresas del sector energético. Él lo niega de forma tajante. “Nunca recibí un dólar en mi cuenta personal. Todos los fondos fueron gestionados por Harvard o el Instituto Smithsoniano, entidades a las que pertenezco. Están auditados. Pero esta es una táctica común: desacreditar al mensajero para no discutir el mensaje”.
A Soon no le alcanza con esos debates. Su espíritu científico renacentista no lo ha convertido en solo un especialista que desafía los consensos climáticos. También es quien dijo que una fórmula matemática podría ser evidencia de Dios. La frase explotó en los medios tras una entrevista con Tucker Carlson, donde mencionó la ecuación relativista de Dirac.
“Esa ecuación predijo la existencia del positrón (una antipartícula del electrón, con la misma masa, pero carga contraria) antes de que fuera descubierto. Una fórmula, basada solo en lógica y belleza, describió algo real que aún no se conocía. Eso es asombroso –afirma–. Si hay tanto orden, tanta armonía en las matemáticas que rigen el universo, ¿no podría ser eso una señal de un Creador?”.
Para él no se trata de una creencia religiosa, sino de una intuición filosófica. “Dirac dijo que Dios es matemático. Esa frase me resuena. No como metáfora, sino como descripción”, completa. Aclara que no milita una religión. Solo intenta entender el mundo. Y en ese intento, algunas preguntas lo llevan más allá de la física.
Las voces argentinasWillie Soon ha trabajado con decenas de especialistas en sus diferentes intereses de investigación. Es tan respetado como cuestionado, pero en sus equipos los científicos que colaboran con él se abstraen de las discusiones populares y rescatan su osadía de trabajo. En sus laboratorios, dos argentinos tienen un papel destacado: Ana Georgina Elias, de Tucumán, y Rodolfo Gustavo Cionco, de San Nicolás. Ambos investigadores del Conicet aportan perspectivas esenciales para entender cómo la actividad solar puede haber sido subestimada en el análisis del clima global.
Ana Elias se recibió de licenciada en Física en la Universidad Nacional de Tucumán, donde también se doctoró. Desde chica sentía fascinación por los números. “Me encantaban los juegos de lógica y los problemas matemáticos”, recuerda. Su padre, economista e investigador, la influenció sin querer: “pasaba horas con columnas de números. Era hipnótico verlo trabajar”.
Hoy dirige el Laboratorio de Ionosfera, Atmósfera Neutra y Magnetosfera (Lianm) y participa de proyectos internacionales. Desde 2019 colabora con Soon en estudios sobre variabilidad solar y clima. “Trabajamos en modelos que analizan tendencias de largo plazo. Mi aporte es tanto en el análisis como en la escritura y revisión de los artículos”, cuenta. Según ella, el problema central es que los cambios climáticos naturales son muy pequeños en comparación con la variabilidad diaria, lo que complica identificar su origen. “Soon tiene una capacidad increíble para ordenar esos datos dispersos y darles un sentido”.
Rodolfo G. Cionco, por su parte, nació en San Nicolás y estudió astronomía en La Plata. Su vocación surgió desde niño. “Quería saber qué eran los planetas y cómo funcionaba la Tierra. Tuve la suerte de poder estudiar precisamente eso que saneaba mis dudas”, dice. Se doctoró en 2004 con una tesis pionera sobre formación planetaria hecha íntegramente en Argentina. Luego viró hacia la geofísica. En 2012, Soon lo contactó desde Harvard al leer uno de sus trabajos. Desde entonces, colaboran estrechamente.
Cionco estudia el forzante orbital (variaciones en la órbita terrestre alrededor del Sol que influyen en el clima) del sistema Tierra-Sol y cómo éste afecta los patrones climáticos. “Los cambios de radiación solar provocados por la dinámica planetaria explican buena parte de los ciclos de glaciaciones del Cuaternario. Lo que hicimos junto a Soon fue aplicar esos modelos a escalas más cortas. Y los resultados son sorprendentes”.
Para él, el mayor valor del trabajo conjunto ha sido incorporar nuevas escalas temporales al análisis climático. “No estamos diciendo que el hombre no impacta. Estamos diciendo que no es le único que lo hace. Y que el Sol tiene un rol mucho más relevante de lo que se reconoce”.
Willie Soon no se detiene. Participa en documentales de divulgación científica, investiga con herramientas de inteligencia artificial, analiza datos climáticos y escribe sobre energía, pandemias y modelos predictivos. En mayo de 2025 publicó un nuevo artículo con Kesten Green titulado ¿Son útiles los modelos climáticos para formular políticas?, donde plantea que muchas de las decisiones actuales se basan en predicciones con fallas metodológicas severas.
En su casa, mientras cocina con su hijo Franklin o escucha a Jerry Garcia, recuerda que la ciencia también es una forma de amor. Amor por el orden, por la verdad, por la posibilidad de que el universo tenga un sentido. “La ciencia no es solo datos. Es también una forma de fe. Una fe racional, pero fe al fin”, dice. Quizás por eso sigue creyendo que, en medio de todo lo que podemos medir, hay algo que aún no comprendemos. Algo que late detrás de cada número exacto, de cada estrella, de cada átomo que gira sin error. Algo que no se ve, pero está. Como escribió San Agustín, con la certeza de quien también buscaba respuestas de modo incansable: “Conócete, acéptate, supérate”. Porque a veces, solo cuando el conocimiento llega al límite, empieza la revelación.