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“La Catedral”, un pedacito de San Isidro y del CASI en el sur de España

A Hernán Valeriano se le quiebra la voz cuando habla de San Isidro. No lo esperaba. “Yo pensé que iba a venir acá y no iba a extrañar nada. Vine harto de todo… y no. Se extraña muchísimo:...

A Hernán Valeriano se le quiebra la voz cuando habla de San Isidro. No lo esperaba. “Yo pensé que iba a venir acá y no iba a extrañar nada. Vine harto de todo… y no. Se extraña muchísimo: el barrio, la gente, el club ni hablar”, dice. Cuatro años después de mudarse a España con su familia, apareció la posibilidad de abrir un restaurante y el nombre salió casi solo: La Catedral. Un guiño doble —a la cancha del CASI y a la iglesia frente a la plaza— que ordenó una idea simple: armar en la Costa del Sol un rincón donde su tribuna siga estando.

El local, andaluz hasta en los azulejos, les recordó al bar del club. “Cuando lo vimos, fue lo primero que pensamos. Dijimos: vamos a poner cositas de allá, recuerdos nuestros, fotos, cosas que nos mandaron del club. Así nos sentimos un poquitín más cerca. No es lo mismo, pero ayuda”.

De San Isidro a la Costa del Sol

La decisión de irse combinó motivos conocidos: tranquilidad, seguridad y horizonte para los hijos. “En Argentina no nos iba mal, éramos clase media. Pero el cansancio del sube y baja, de que cambian las reglas todo el tiempo, te desgasta. Acá mis hijos tienen más posibilidades de estudio y de moverse por Europa”, cuenta. La mudanza fue en una fecha que no olvida: 6 de enero de 2020, con la borrasca Filomena acechando Madrid. “Llegamos de milagro. Un día más tarde y quedábamos bloqueados por el inicio de la pandemia”.

Ya en Málaga, la vida se rearmó de a poco. Él pasó por una inmobiliaria y luego se encargó de una tienda de bicicletas de alta gama; su esposa trabajó de guardavidas. La gastronomía apareció como una mezcla de oportunidad y memoria. “Los fines de semana siempre les hacía hamburguesas a mis hijos. Venían los amigos del club y me decían: ‘Tenés que poner una hamburguesería’. Quedó como broma… hasta que encontramos este local. Era más grande de lo pensado y pedía algo serio”.

Un menú con memoria

En La Catedral cada plato arrastra una anécdota de San Isidro. Dos hamburguesas se llaman Pumper y Nic, homenaje a aquel Pumper Nic de la galería del centro. El “Coquito Classic” honra a la panchería mítica del barrio: salchicha larga, pan bien dulce tipo potato roll, mayonesa, mostaza, kétchup y lluvia de papas pay. También salen pizzas a la napolitana (finas, bordes gordos) pero más crocantes que la versión italiana; fugazzeta “con mucha cebolla y mucha muzza”; y una napolitana con rodajas de tomate a la argentina. En la parrilla de ideas aparece y desaparece una edición limitada que hizo escuela: “Santa Provolona” —carne Black Angus, provoleta con costra como en el asado y salsa criolla—. Para las hamburguesas trabajan con cortes de carnicería argentina buscando un blend que recuerde al sabor del asado. Y los panchos suman chorizo criollo de proveedor argentino “europeizado” en la puesta.

“Intentamos darles nuestro toque. No inventamos nada raro: partimos de clásicos que la gente reconoce y ahí le cambiamos algo, lo adornamos un poco. Así funciona”, dice Hernán.

La tribuna adentro

El rugby organiza el clima del lugar. “Nos gustaría pensar que transmitimos un poquito de nuestra cultura: más que de Argentina en general, del barrio y del club”, dice. En las paredes cuelgan fotos de equipos del CASI y una imagen gigante de la tribuna con banderas. Hay hasta dos fotos de Messi que despiertan conversación: una con mate con el escudo del club; otra con la camiseta al hombro del capitán. “No todos preguntan: muchos vienen, comen y se van. Pero el que pregunta se lleva historia”.

La conexión con el rugby local llegó sola. “Al lado del restaurante está la oficina del Fuengirola Rugby Club. Empezamos a charlar y terminamos haciendo los terceros tiempos acá”. Su hijo menor juega; el equipo senior, armado desde abajo, ascendió de categoría en la primera temporada. “El rugby nos mantiene unidos a todos. Descubrís a alguien del palo y la disposición a ayudar es otra”.

Emprender afuera

Si el rugby aporta garra, trabajo en equipo y resiliencia, la burocracia española se encargó de ponerlos a prueba. “El mayor desafío fue el papeleo: turnos a meses, a veces un año, y nadie te explica bien. Para todo había que pedir cita y los enlaces no funcionaban. Íbamos a otra ciudad a ver si nos atendían. En algunos trámites acá son muy burocráticos”, admite. También costó empezar de cero sin agenda: “En Argentina abrís el celular y tenés a quién llamar; acá no. Encima la vida social de los clubes no es como allá: se hace deporte y cada uno a su casa. Es distinto”.

Aun así, el proyecto se sostuvo. Abrieron pasada la temporada fuerte y aguantaron el invierno: “Acá es como la costa argentina: baja mucho el trabajo. Tuvimos que remar. Por suerte, desde el día uno los comentarios fueron excelentes”.

Comunidad y pertenencia

Hernán reconoce que llegó con la idea de esquivar argentinos… y terminó buscándolos. “Al principio parás la oreja y cuando escuchás el acento, te acercás. Hoy hay muchísimos. Algunos vienen porque somos argentinos; otros, porque les gustan las hamburguesas. Hay de todo. Yo trato de apoyar a otros emprendedores: si necesito algo y hay un argentino que lo vende, voy y compro”.

La bandera argentina flamea en la terraza y, con ella, una promesa: que este sea un punto de encuentro. “Desde el día uno lo convertimos en tribuna. Me encantaría auspiciar al club y que la gente del rugby lo tome como lugar propio. Vamos encaminados”.

Volver, estar, soñar

¿Volvería? “Hoy no. Si mejorara la inseguridad, me lo plantearía. Por ahora estamos tranquilos y a los chicos los agarra en buena edad. Acá salís y estás tranquilo: es muy difícil que pase algo”. La nostalgia, igual, nunca afloja. “Vemos los partidos del club desde acá. Justo tuvieron una temporada espectacular… después de tantos años de bancar en las malas”.

Si un día cayeran todos los amigos del CASI, ya tiene el plan: “Tiro la casa por la ventana. Me encantaría organizar una jornada de rugby: tocata en la playa, o un partido en el estadio municipal. Y hablar hasta quedarnos sin voz”.

La Catedral es un modo de seguir perteneciendo. Un mural, un pan dulce como el de Coquito, una provoleta con costra, dos hamburguesas bautizadas como aquel Pampernick y un tercer tiempo que se extiende en la mesa. A miles de kilómetros, Hernán encontró la forma de que la tribuna siga cerca. Porque hay lugares que uno no deja: se los lleva puestos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/la-catedral-un-pedacito-de-san-isidro-y-del-casi-en-el-sur-de-espana-nid21092025/

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