Cómo entrenan los médicos para ganar cada minuto frente a un ACV
En los salones de la Universidad Abierta Interamericana (UAI), un grupo de médicos vestidos con guardapolvos blancos se mueve con rapidez alrededor de una camilla naranja. Sobre ella, un actor que...
En los salones de la Universidad Abierta Interamericana (UAI), un grupo de médicos vestidos con guardapolvos blancos se mueve con rapidez alrededor de una camilla naranja. Sobre ella, un actor que simula ser un paciente, yace inmóvil mientras los profesionales intercambian miradas breves y señales precisas. El espacio reproduce el interior de una ambulancia: monitores encendidos, estantes con insumos y un pasillo estrecho que obliga a trabajar codo a codo. Uno de los médicos controla los signos vitales, otro acomoda la posición del paciente y revisa su respuesta neurológica. La escena no es real, pero la tensión lo parece. Todos saben que en un accidente cerebrovascular cada minuto perdido es una función cerebral que se deteriora.
El ejercicio forma parte de un taller de simulación de ACV, una práctica diseñada para entrenar la respuesta temprana ante un cuadro de estas características. El desafío es trasladar a los participantes a una situación límite en la que deben decidir con rapidez qué hacer: evaluar síntomas, estabilizar al paciente y transmitir la información al hospital receptor. En el interior de esa ambulancia recreada, los médicos se mueven con la urgencia propia de la emergencia, hablan en tono bajo pero firme, ajustan parámetros en la pantalla del monitor y vuelven a examinar al paciente. Afuera, otros profesionales observan atentos, tomando nota de los errores y aciertos. El ambiente recuerda a un ensayo general en el que no hay margen para la improvisación: todo debe ser calculado y preciso.
La puesta en escena busca entrenar la reacción ante una enfermedad que se cobra miles de vidas. En la Argentina se registran cada año cerca de 60.000 casos de ACV, una de las principales causas de muerte y de discapacidad adquirida en la población adulta, tanto en nuestro país como en el mundo. La clave está en el tiempo: cuanto antes se reconocen los síntomas y el paciente accede a atención médica inmediata, mayores son las probabilidades de una recuperación favorable. Sin embargo, las demoras en la cadena de atención siguen siendo un obstáculo. El simple hecho de que el sistema prehospitalario identifique un posible ACV, avise al hospital y prepare al equipo de guardia, puede significar la diferencia entre una vida con autonomía o la dependencia de por vida.
Con esa idea, en noviembre del año pasado se lanzó en Buenos Aires un centro de entrenamiento especializado, cuyo objetivo es fortalecer el abordaje integral del ACV y reducir la brecha en el acceso a la atención. Desde entonces, ya capacitaron a cientos de profesionales de distintas provincias y también de países vecinos como Uruguay, Paraguay, Chile, Perú, Ecuador y Colombia. El programa apunta a emergentólogos, terapistas intensivos, neurólogos, enfermeros, radiólogos y personal prehospitalario, entre otros actores clave de la red de atención. La premisa es simple: un ACV no admite improvisaciones.
El tipo de accidente cerebrovascular más frecuente es el isquémico, que representa alrededor del 87% de los casos. Allí, un coágulo interrumpe el flujo sanguíneo al cerebro y cada minuto sin tratamiento aumenta el daño. La ventana terapéutica para aplicar la trombólisis endovenosa, uno de los tratamientos más efectivos, es de hasta 4,5 horas desde la aparición de los síntomas o la última vez que el paciente fue visto en condiciones normales. En algunos casos también puede realizarse trombectomía mecánica u otras intervenciones, pero todos coinciden en que lo decisivo es la articulación entre los distintos eslabones del sistema: desde la ambulancia hasta la guardia hospitalaria.
“El manejo óptimo del ACV implica lograr que cada eslabón de la cadena funcione en forma articulada, asegurando que todos los pacientes accedan al tratamiento que necesiten en el tiempo correcto. El entrenamiento intensivo busca justamente fortalecer esas redes y preparar a los equipos para actuar de forma protocolizada, rápida y efectiva”, explica Adolfo Savia, emergentólogo y terapista intensivo que coordina el programa.
La formación tiene un carácter intensivo y eminentemente práctico. No se trata de sentarse a escuchar teorías sino de enfrentarse a situaciones de la vida real. Los médicos trabajan con algoritmos diseñados para entrenar la toma de decisiones en tiempo límite: qué estudios solicitar, cómo interpretar síntomas que a veces se presentan de manera confusa, qué medidas tomar según la evolución del paciente y cómo coordinar la acción con el resto del equipo.
“Aquí lo que se busca es entrenar la rapidez de respuesta. No se trata solo de saber qué hacer, sino de hacerlo en el menor tiempo posible y de forma coordinada”, señala el neurólogo Matías Alet, miembro del equipo capacitador y referente en el manejo de ACV.
Uno de los momentos más impactantes de la capacitación es el módulo prehospitalario, que se desarrolla dentro de una ambulancia simulada. El frente del vehículo es en realidad una pantalla que reproduce un recorrido desde el lugar de la emergencia hasta el hospital, mientras en el interior los equipos deben identificar el inicio de los síntomas, chequear antecedentes, decidir maniobras de estabilización y enviar la notificación al centro de salud para que esté preparado al momento de la llegada.
Otro recurso es el uso de actores profesionales que interpretan a pacientes con distintos grados de deterioro neurológico. De ese modo, los médicos deben poner a prueba no solo su capacidad clínica, sino también la comunicación entre colegas y con la propia persona afectada.
La simulación también incluye la fase intrahospitalaria. Allí se entrenan situaciones como el código ACV, los protocolos de diagnóstico por imágenes, la aplicación de trombolíticos y la atención del paciente que llega tanto en ambulancia como por sus propios medios.
El impacto de estas capacitaciones no queda en el aula. Según dicen los organizadores, varios de los equipos que pasaron por el entrenamiento ya lograron implementar cambios concretos en sus instituciones. Algunos hospitales, por ejemplo, trombolizaron a sus primeros pacientes gracias a la seguridad adquirida en los talleres. Otros establecieron códigos ACV internos que permiten una respuesta más rápida y coordinada. La experiencia muestra que lo aprendido no se queda en los simuladores, sino que se traduce en vidas salvadas y secuelas evitadas.